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César Pombo: "Vamos de tiendas"

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Cesar Pombo y su mujer posando frente a su comercio sosteniendo su libro: "Vamos de tiendas"

El comercio ha ido evolucionando con el paso de los años, transformando los cascos viejos de las ciudades repletos de pequeñas tiendas familiares de trato cercano, en largas avenidas en las que, mires a donde mires, tan solo encuentras grandes multinacionales con artículos de bajo costo tirados por el suelo. No obstante, en este nuevo clima de competencia en el que las Pymes parecen no tener cabida, todavía quedan algunas pequeñas empresas que han perdurado por los años, resistiendo las crisis, la aparición de las grandes multinacionales con precios competitivos, y el surgimiento de la venta online.

Por supuesto que el consumismo es algo que siempre ha interesado. Ir a merendar a la cafetería de moda con los amigos tras una tarde de compras  es una tradición que ha pasado de generación en generación como cualquier otra costumbre, solo que el modo de hacerlo ha cambiado drasticamente. Interesados en conocer a fondo los pequeños comercios de nuestra ciudad, y como han resistido y resisten ante los cambios vividos en la economía y el nuevo modelo de comercio, nos reunimos con el escritor y comerciante César

Pombo Ortiz para dar un paseo por el centro de Santander. 

 

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Libro escrito por César Pombo Ortiz: "Vamos de tiendas"

César Pombo es uno de estos “resistentes” que mantiene su comercio contra viento y marea, aferrándose al modelo tradicional de venta, con un trato cercano y amable, y un producto de buena calidad que difícilmente se puede encontrar en otro establecimiento. Y, si cierto es que el final de las Pymes está por llegar, los comerciantes de éstas pequeñas empresas no dudan en luchar hasta el final con pasión por mantener su negocio vivo; y es este amor por lo que hacen y por el devenir de la ciudad lo que llevó a César Pombo a escribir su libro “Vamos de tiendas. Memoria gráfica del comercio de Santander”. El libro, que recopila documentos gráficos datados desde los años 40, es un paseo por un Santander que solo permanece en el corazón de la gente; una ciudad llena de pequeños comercios tradicionales en los que los habitantes de la ciudad tienen sus mejores recuerdos. Aquel anciano que leyendo este libro rememora el bar al que iba a tomar las rabas con su mujer, o la señora que puede encontrar la mercería en la que compraba a su hija los leotardos treinta años atrás.

 

Comenzamos nuestro paseo (Haz clik para ver recorrido con sus antiguos comercios de Santander) en la plaza del ayuntamiento, en la que se encontraba “La casa del Sepi”, la cual fue derribada a principios de los años 60. El nombre viene dado por José del Río, propietario de un Gran Bazar que se instala en los bajos del edificio y que quiso dar a su negocio un nombre similar al de unos conocidos almacenes  de Madrid llamados “Sepu”. Sin embargo, y ante la demanda por parte de los madrileños, tuvo que cambiar el nombre a “Grandes almacenes José del Río”. Fueron los primeros almacenes en Santander que se organizaron en gremios. Las columnas estaban forradas de preciosos mosaicos de cristales, los empleados iban uniformados y había música ambiental, algo considerado un importante adelanto para la época. Uno de los comercios que se encontraba en éstos almacenes es “Calzados Benito” (portada del libro con una cola ingente de personas ya que el comercio estaba en liquidación porque el edificio iba a ser derribado) que se antoja como un comercio histórico en el devenir de la ciudad. La casa del Sepi fue el último edifico que quedó existente tras las llamas que destruyeron el centro de Santander. 

 

Después del incendio, los comercios se ubicaron en barracones en diferentes lugares de la ciudad, como en “La Alameda Primera” o en  “La plaza del príncipe”, entre otros. Al reconstruirse todo, se alinearon las calles, tomando el aspecto actual, como la “Calle Juan de Herrera”, en la que continuamos nuestro paseo. 

 

Recorremos “Juan de Herrera”, una de las principales arterias comerciales de la ciudad en la actualidad, la cual no existía entonces. Antes de la reconstrucción este espacio era un entretejido de callejas que subían, bajaban y se entrecruzaban, como la calle Colón. Una serie de Rúas pequeñas y muy mal diseñadas. Tras el incendio y la remodelación de la ciudad, comenzaron a reinstalarse los pequeños comercios en ésta calle.  Comenzando por la esquina en la que actualmente está la tienda “Movistar”, se encontraba “Camisería La Flor”, seguida de “Calzados Benito”, ”Joyería Seoane”, “La Villa de Bilbao”, “Juguetería la Mar”, “Calzados Gómez”, “Benigno Gandarillas”… Al otro lado de la calle se encontraba “Almacenes El Águila”, “Almacenes Lealtad”, “Salmón”, “Paragüería La Gloria”…; una serie de tiendas que, en gran medida, han ido desapareciendo con los años. 

Nos detenemos a observar la calle en la actualidad y la mayoría de lo que encontramos son franquicias que se han adueñado de todos los locales de los comercios tradicionales, pues es imposible sobrevivir a estas. Los pequeños negocios son la infantería que, en cuanto llegan las grandes hordas de las fuerzas de choque de los americanos o de los chinos, pierden toda posibilidad de resistencia.


 

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Calle Juan de Herrera, una de las principales en albergar el comercio en Santander

Continuamos por el trazado de la calle que no manifiesta, ni en toda su extensión ni de lado a lado, ninguna clase de vestigios de lo que décadas atrás fue. A mitad de la calle observamos a nuestra derecha la tienda “Sephora”, perteneciente a una reconocida cadena de cosméticos francesa, la cual ha reciclado el anterior comercio que allí se encontraba, “droguería Java”; un negocio tradicional de venta al por menor de productos cosméticos e higiénicos.

Un poco más adelante encontramos un “Bankinter” haciendo esquina que ha ocupado lo que un día fue “Mendiolea”, un comercio decorado al detalle que destacaba por su escalera de madera con adornos metálicos y curvas imposibles; una auténtica obra de arte que aún se conserva, lo que nos hace ver que se trataba de un negocio señero y comercialmente muy potente.

Llegando al final de la calle observamos  un edifico construido por Eduardo Pérez del Molino y catalogado arquitectónicamente como edificación singular, en el que, hasta finales de los años 90, se hallaban los “Almacenes Pérez del Molino”, uno de los más importantes de la ciudad. Justo enfrente se encontraba “Juguetería Palacios”, de las más notables y con la que todos los niños de entonces soñaban. Era reconocida por vender juguetes especialmente sofisticados para la época. A su lado, “Ochara” y “Tejidos Antonio”, dos pequeñas tiendas tradicionales que siguen resistiendo a día de hoy.

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"Tejidos Antonio", uno de los comercios más antiguos del centro de Santander

En cierto punto del trayecto, César Pombo se detiene a comentarnos que “El carácter del comercio tradicional de la época no produce la misma sensación que el del comercio actual”. “Desea usted algo” o “Buenos días” son términos que ya apenas se emplean en las tiendas, pues la gente se siente, en cierta manera, cercada de esa libertad que las grandes cadenas permiten. En las multinacionales, los clientes entran libremente tocándolo todo, desordenando e incluso tirándolo al suelo; y son las directrices las que ordenan a los empleados que no molesten a los clientes y que mucho menos les llamen la atención. Éste es un aspecto que influye notablemente en el declive del comercio tradicional, en el que se buscaba la sociabilidad, el trato personal y un vínculo social estrecho  que daba un carácter mucho más humano al propio comercio y a los clientes. “Ofrecer tus servicios en la actualidad es interpretado como un acoso”, dijo el escritor.

 

Ya habiendo dejado atrás la “Calle Juan de Herrera”, atravesamos la “Plaza Porticada”; un espacio inerte, impersonal y de muy poca calidad social ya que se planificó para albergar el Gobierno Militar, Hacienda, la Caja de ahorros, etc. y llegamos a la frontera del incendio, donde nos encontramos con el primer edifico que se salvó de las llamas ya que el viento cambió de dirección. En sus bajos se encontraba la emblemática “Cafetería Lago” que, diseñada por el arquitecto Ricardo Lorenzo en los años 50, obtuvo un premio de arquitectura. La utilización del color, el diseño de los biombos realizados por el propio Lorenzo, la decoración de pavimentos, el mobiliario y la iluminación confirieron al espacio interior de la cafetería un aspecto altamente singular y muy novedoso respecto de las intervenciones que se venían desarrollando en la ciudad en esos momentos. 

 

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Edificio que albergaba en sus bajos la famosa "Cafetería Lago"

A pocos metros se encontraba un comercio textil de gran importancia llamado “Ródenas”, y más adelante se llegaba a algunas de las calles más antiguas, como “El arrabal”, “El Medio” y  “La Marina”, que conformaban los barrios de pescadores y albergaban prostíbulos. El nombre de la “Calle La Marina” se debe a que en el pasado el mar llegaba hasta ésta. Lo que tenemos en la actualidad desde esta calle hasta la bahía es un relleno de la dársena chica. Otros ejemplos son la “Calle Peñaherbosa”, cuyo nombre viene dado porque era el lugar en el que atracaban los barcos; y “Cañadío”, que era zona de cañaverales y marismas. La “Plaza Pombo” supuso un lugar que albergó comercios provisionales después del incendio.

 

Tras el edifico que, como hemos dicho antes, alojaba la “Cafetería Lago”, está la actual “Calle Ataulfo Argenta”, en la que se encuentra la “Sastrería La Novedad”; el mejor ejemplo de resistencia de tienda clásica que se ha mantenido impoluta. Traspasar las puertas de éste comercio supone entrar en un túnel del tiempo que te traslada a los años 50. Las etiquetas de los precios cortadas con tijera de sierra, los focos de aluminio, los fluorescentes, los letreros de neón, el suelo de madera de los escaparates, el mármol desgastado por el paso de los años, los cristales curvos propios de la época… Una tienda limpia y ordenada, con los pañuelos colocados en forma de pajarita y un anacronismo puro en las prendas que venden. Preguntando al dueño como mantiene un negocio propio de la arqueología comercial en el actual clima empresarial, nos comenta que muchos de sus clientes son ingleses que vienen en el “Brittany Ferries” y afirman no encontrar en Inglaterra productos tales como trajes de paño, pijamas de cuadros, gorros de panamá o batas; artículos que parece estar perdiéndose con el paso de los años.

 

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"La Novedad", uno de los comercios tradicionales más antiguos de Santander.

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Haciendo una parada en el trayecto para hablar de historia comprendemos como, nada más salir de una guerra y tras un incendio, los años 50 años eran una época de necesidad para los ciudadanos de Santander. El comercio se manifestaba como algo ilusionante en la gente, que provocaba que mantuviesen la esperanza de seguir luchando y trabajando. Asomarte a un escaparate o comprar una sábana de hilo tenía más transcendencia que una simple adquisición; suponía un símbolo de prosperidad y, metafóricamente, mostraba que las cosas estaban mejorando. Esa finalidad del comercio es muy distinta en la actualidad. El término “vamos de tiendas”, reflejado en el título del libro, está obsoleto y sin embargo se dice “vamos de compras”, que carece de transcendencia y tan solo representa la finalidad de adquirir, sin tener un doble sentido. “Vamos de tiendas” suscitaba otro sentimiento aparte del propio consumismo; reflejaba una dualidad de lo humano y lo social con lo material.

Clientes paseando y observando escaparates por una de las calles mas importantes del comercio de Santander

Para terminar nuestro paseo con el escritor César Pombo, volvemos a atravesar la “Plaza Porticada” para adentrarnos en la actualmente conocida, “Calle San Francisco”. En épocas pasadas suponía la principal calle señera y comercial de Santander y se dividía en dos partes: De la “Calle Puente” (se llama así porque, por aquel entonces, había un puente que unía la Catedral con la “Parroquia de la Anunciación”) a la contemporánea plaza del ayuntamiento se encontraba la ya denominada “Calle San Francisco”; y de la “Calle Puente” a la “Plaza Porticada” se encontraba la “Calle de la Blanca”. 

 

Con luces de neón y acabados en madera, nos llama la atención la “Tienda de regalos Pico”, cuya propietaria es otra héroe de la resistencia del comercio pequeño ante esta nube de competitivas multinacionales. Se trata de tienda con una larga trayectoria cuyos antecesores comenzaron con el negocio en los años 20. A lo largo de los 60, el sótano de éste pequeño local del centro de Santander suponía un auténtico bullicio; cientos de personas comprando serpentinas, figuritas, guirnaldas y cualquier otro adorno navideño.

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César Pombo, frente a la antigua tienda de Regalos "Pico".

Continuamos caminando por la “Calle San Francisco” en dirección al ayuntamiento, y nos topamos con otras supervivientes, como la tienda de calzado “La cigüeña de París”, “Farmacia Ruiz Casares”, “Perfumería Güezmes” o “Sastrería Garayo”; hasta llegar a nuestra última parada, “Óptica Samot”. Este comercio es todo un ejemplo de reciclaje, el cual comenzó siendo una tienda de fotografía que, con la muerte del propietario, sus hijos la transformaron en una óptica. Conservando elementos clásicos de identidad confirieron al local de un aspecto moderno fantástico, demostrando como el ejercicio del diseño y la arquitectura puede jugar perfectamente en un diálogo de lo antiguo con lo moderno. Todavía en su fachada se puede leer “cine, foto, óptica” como un recuerdo del próspero negocio de fotografía que un día fue.

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Antigua tienda de fotografía "Samot" y ahora "Òptica Samot".

Terminando aquí nuestro paseo, nos despedimos de César Pombo, que amablemente nos ha atendido, y le agradecemos el repaso histórico que nos ha dado sobre pequeñas Pymes del centro de nuestra ciudad y como resisten ante las grandes fuerzas actuales. Es tras haber hablado con éste escritor cuando nos damos cuenta de cómo el comercio, al igual que el periodismo, ha perdido su esencia. El hablar, el sentir, el mirar a los ojos, el palpar… pequeños gestos que se han dejado de lado con un nuevo modelo de comercio que tan solo busca el consumismo. Los cambios han llegado hasta tal punto que están desapareciendo incluso gremios enteros, como las tiendas de discos, las paragüerías o las jugueterías; y los pocos comercios en extinción que quedan se convierten en tiendas museo que mantienen un estilo y una forma de manifestarse totalmente obsoletos. Es el sistema el que ha conducido a tal situación de marginación para las Pymes, dándolas la espalda con los rápidos avances, como es el caso de las nuevas infraestructuras tecnológicas requeridas en la actualidad que supondrían un gran coste y un éxito dudoso que éstos pequeños comercios tradicionales no podrían enfrentar. Por tanto se puede decir que el comercio minorista está en un declive imparable que hace imposible que vuelva a resurgir.

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